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EPISTOLAS #1

  • Foto del escritor: Vera Alimonda
    Vera Alimonda
  • 16 jun
  • 7 Min. de lectura

DEL MURO HACIA DENTRO


Hola. Soy Vera: astróloga, tarotista y escritora argentina. Estudio la carrera de Antropología y una Diplomatura en Liderazgo Político y Social con perspectiva de género. Soy Comunicadora Social, divulgadora de prácticas simbólicas y docente en una unidad carcelaria . Tengo 4 hijos y vivo en Bella Vista, provincia de Buenos Aires. 

 

Bienvenida a Epístolas, una serie de cartas escritas desde la experiencia, con la intención de compartir cuestionamientos y hallazgos. Un espacio para escribir sin la urgencia ni los condicionamientos de las redes, con el deseo de sostener una conversación más profunda, un territorio de posicionamiento: no neutro, no decorativo, no complaciente. Acá escribo para pensar, para romper, para preguntar y para dejarme transformar.


Epístolas es escritura situada, encarnada, permeable a lo político, a lo social y a lo simbólico.


Escribí 2 textos completos, pulidos y corregidos para dar inicio a Epístolas. El primero fue una presentación (otro texto en primera persona, completamente autorreferencial, asumiendo que las personas mueren de ganas de dedicar tiempo a leer qué hago, quién soy y en qué ando).

 

El segundo fue un manifiesto, una suerte de proclamación sobre la necesidad de romper primero para construir después. Era una especie de diálogo interno que arrojaba una provocación amorosa. Funcionaba, pero era un texto tibio, poco jugado, creativo, pero demasiado correcto.

 

Entonces me acordé de un posteo que leí hace poco sobre la importancia de posicionarse. No hablaba de un posicionamiento amable y liviano, sino a lo revolucionario y radical de hablar con más verdad, de denunciar, reclamar, cuestionar. Ahí empezó a tomar forma el objetivo de estas entregas. Epístolas surge de mi necesidad de hablar de otros temas, de tocar otros bordes, de poner palabra lejos del ritmo de Instagram, de sus caracteres, del algoritmo y de los likes. Es una invitación a leer despacio, sin apuros, dar testimonio, abrir un territorio de búsquedas y preguntas.

 

Así que, aquí voy:


Marx, sociólogo alemán, decía que se conoce la sociedad en el proceso de cambiarla; que la teoría no nace de la mente de una persona, ni del pensamiento en sí mismo, ni de la nada. Nace del intercambio social, de la práctica social, y en un proceso de transformación.


Hace 6 años que mi trabajo consiste en coordinar espacios de reflexión, creatividad y observación simbólica con mujeres que se acercan a mis propuestas para aprender, investigar, jugar y conectar con prácticas que comúnmente denominamos esotéricas. En ese tiempo, mi paradigma fue mutando; mi estética, mi discurso y mis herramientas también. Mi método siempre estuvo enraizado y nutrido a partir de un fragmento de la sociedad que aceptó mis formas desde el inicio. Obviamente, eso hizo que el terreno fuera fértil, de seguridad y confianza, y alimentara las bases de mi trabajo e —incluso hoy— me sigue ofreciendo la libertad de explorar, probar y crear. Ese espacio fue —y es— un laboratorio vivo, donde el intercambio constante fortalecen muchísimo mi práctica.

 

Pero también es cierto que mi trabajo era accesible, en gran medida, solo para quienes cuentan con ciertas condiciones económicas y sociales que les permiten participar de mis propuestas. Entonces no llegaba a contextos en los que la libertad, la autonomía, el acceso a dispositivos tecnológicos —e incluso el tiempo disponible— son un privilegio, no un derecho garantizado. Quedaban fuera algunos tejidos sociales para quienes estas herramientas podrían ser, justamente, muy transformadoras. Por eso cité a Marx y su referencia a los cambios en la sociedad: yo no estaba generando cambios reales a nivel social o político, y difícilmente podía sostener un intercambio en términos filosóficos, porque el vínculo seguía inscripto en mi propio contexto y no se desplazaba de ahí.

 

Bueno, esto comenzó a ser un conflicto que, poco a poco, fue colonizándome. No porque considere que todas las personas deban hacer de sus oficios una práctica accesible ni inclusiva, sino porque detecté un deseo orientado a generar vínculos que trascendieran algunas fronteras. Las astrólogas o conocedoras de la energía sagitariana coincidirán en que lo que empezó a activarse era, en esencia, mi búsqueda de sentido. Así, mi cruzada era poner a disposición mis prácticas y recursos al alcance de esas comunidades; y por otro, permitir que esos mismos espacios y experiencias transformaran también mi narrativa. Spoiler: esto último fue lo que más subestimé y lo que me arrolló por completo, como un tsunami que no ves venir y te devora, te sacude, te escupe y te vuelve a engullir. Asumí que lo más potente de esta experiencia sería lo que yo transformaría en otras personas, sin dimensionar las implicancias que tendría para mí. Pero es así: lo que nos enriquece aparece cuando la realidad se distancia del ideal y surge la comprensión profunda de lo que de verdad es.

 

En marzo de este año di inicio a un proyecto que bauticé Tarot para todas, un taller que coordino en una unidad penitenciaria para 25 mujeres privadas de su libertad, con el objetivo de ofrecer un espacio de diálogo y creación de narrativas personales en el que el carácter visual del Tarot permite analizar, reinterpretar y resignificar las vivencias. Sabía que no iba a tratarse solo de “dar clases” en un sentido tradicional, sino de abrir espacio a los sentidos y vivencias para pensar sobre el deseo, la libertad, la justicia, la memoria, el porvenir. En definitiva, un espacio de exploración política y humana.

 

Admito que no tenía ni la menor idea de lo que era ingresar de manera voluntaria, cada semana, a un espacio en el que viven mujeres que no desean estar ahí. Es obvio lo que digo, pero muy crudo e ineludible cuando se vive en carne propia. Es sentir en el cuerpo la densidad de ese no-deseo y, sin embargo, encontrarme con otros relatos que no son solo los del encierro.


Una cárcel no se parece a nada que haya conocido antes. Es un territorio que priva pero también invita a tocar y acariciar lugares extremos. La cárcel tiene su lenguaje, su propio alfabeto. Es un ecosistema cerrado, al que accedemos a través de puertas se abren y se cierran a nuestras espaldas: el famoso sistema de esclusas, en el que nunca hay dos puertas abiertas al mismo tiempo. Todo tiene su cerrojo, su llave, su frontera. Y yo tendría que abrir mis propios candados para aceptar que no era quien transformaría ese espacio, sino el espacio el que me transformaría a mí



El primer día me di cuenta de que no iba a poder enseñar Tarot de la manera en que estaba acostumbrada, porque ese grupo no era cualquier grupo. Te doy un ejemplo: la primera clase introduje la carta de El Loco con total soltura, aplicando todos los códigos y asociaciones habituales, como hago desde años: exilio, movimiento, locura, estigma, humor, rebelión y, de repente, pronuncié la palabra “libertad”. Inmediatamente invadió el espacio por su ausencia, por su silencio, por lo que despierta no poseerla, por lo que implica en un sujeto no ser libre. Fue como un manto que lo cubrió todo. Quedamos en pausa, y la palabra libertad permaneció suspendida en el aire, como una calma rotunda, como el segundo posterior a un golpe, a un grito, a un trueno, a un disparo. Me cayó la ficha de que no solo no iba a poder replicar mi método, sino mi uso del lenguaje, porque las palabras adquieren sentidos distintos según el contexto. Y empezaba a entenderlo en carne propia. Fue muy impactante y real.

 

Cuando nos movemos del lugar, e ingresamos en otro espacio que no es el que comúnmente habitamos, con otras reglas, ritos y realidades, la sensación es de profunda confusión, como si penetráramos tierra extranjera. La cárcel me dio la bienvenida así, poniéndome de frente y sin preámbulos con la certeza de que estar ahí implicaba un compromiso, un pacto de rendirme a una profundidad que no conocía. Tuve que reformular mis expectativas acerca de qué quiero o pretendo que suceda, porque me estaba enfrentando con la imposibilidad de controlar o anticipar lo que iba a encontrar. Ese “otro mundo” me obligaba a escuchar más que a intervenir, a evitar querer llegar con respuestas, sino aprender a estar presente en lo que se revela en el vínculo, en el silencio, en la espera.

 

En palabras de James Clifford, “la antropología está, de principio a fin, atrapada en la red de la escritura”, y escribir sobre mi experiencia como docente en un penal me enseña que cualquier investigador/a tiene una capacidad limitada para capturar auténticamente la experiencia del otro. Es decir, que, aunque narre en primera persona, no soy la protagonista y lo que sucede en una cárcel no me está pasando a mí. Entonces, intervengo en un ecosistema que todo el tiempo me hace la misma pregunta: ¿cómo puedo ser menos intrusa? Me refiero a qué hacer para no invadir sino traducir. La manera quizás sea transcribir esta vivencia desde ese lugar incómodo y fértil, no para explicar, no para juzgar, no para romantizar ni escribir apropiándome de lo que no es mío, sino para humanizar los resultados de mi paso por este grupo a un público que, probablemente, no se encuentre con la comunidad que describo en carne y hueso jamás.


Marx tenía razón: no se conoce el mundo desde el pensamiento puro, sino en la práctica, en el intercambio, en el movimiento. Y hoy sé que no estoy cambiando nada si no me dejo cambiar. Quizás escribo para recordármelo.

Gracias por acompañar esta primera entrega. Ojalá hayas disfrutado de leerla, porque todo lo compartido es desde un lugar de auténtica sinceridad y transparencia no solo con mi andar en diferentes ámbitos sociales y colectivos, realidades y escenarios, sino también con las preguntas, tensiones e incomodidades que enriquecen —y desafían— mi mirada. Estas entregas son un territorio en construcción, una escritura que se deja afectar y transformar por los encuentros, por los cuerpos, por los contextos.


Gracias por elegir habitar este borde conmigo. Ojalá que, desde acá, podamos seguir sosteniendo una conversación abierta, que nos permita seguir rompiendo lo que haga falta para imaginar lo que todavía no existe.

 

Nos seguimos leyendo, Vera.

 
 
 

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